La novelista venezolana Ana Teresa Torres, tan narradora—o fabuladora—como intelectual (y en esto tan típicamente latinoamericana, lo sabe el lector americano que ha leído a Borges y a Bolaño), nace en Caracas, en 1945. Es psicóloga por la Universidad Católica Andrés Bello y ha escrito libros relacionados al psicoanálisis, tales como El amor como síntoma (1993) y Territorios eróticos (1998), entre otros. Una de las escritoras contemporáneas más establecidas de América Latina, recibió por su novela Doña Inés contra el olvido el Premio de Novela de la Bienal Mariano Picón-Salas y el Premio Pegasus de Literatura, con el que ésta se tradujo al inglés (traducción de Gregory Rabassa y edición en Grove Press, en 2000). Por el conjunto de su obra recibió el Premio de la Fundación Anna Seghers de Berlín. Cito un pasaje de su ensayo “Paisajes de novela” antes de hacerle la primer pregunta: “No podría hablar de mi relación con la novela sin relatar mi encuentro con ella, y ya de una vez he iniciado el tema: para pensar en algo necesito incorporarlo en una narración, historiarlo como suceso, incluirlo en el tiempo; pero, ¿en qué tiempo se lee o se escribe una novela? Más allá de esas horas concretas que señala el reloj, ¿en qué dimensión nos encontramos, cuando estamos allí, dentro de sus episodios? No tengo, por supuesto, una respuesta. Estoy repitiendo la misma pregunta que se hacía una niña: esto que estoy leyendo, ¿cuándo pasa? Esto que dice aquí, ¿dónde ocurre? La infancia es el momento en el que se proponen las incógnitas que nunca llegaremos a comprender. Los adultos, por el contrario, preferimos hacernos preguntas que tengan respuestas”.
Carmen Boullosa En mi generación, y en ese círculo cerrado en que me formé, los escritores llegábamos al oficio vía directa por la pasión literaria. No recibimos entrenamiento en ninguna otra profesión. Medianamente nos fuimos entrenando en otras artes. Siempre me ha intrigado tu caso, desde que comencé a leerte, porque, a pesar de las distancias—llamémoslas el Canal de Panamá, si te parece—, te encuentro muy cercana. Pero tú tienes un entrenamiento no literario. Eres psicóloga, además de escritora. Has escrito: “Tengo la impresión de que escucho hablar a los personajes. No podría decir si es un hábito, un método adquirido a partir de mi oficio de psicoanalista, o al contrario, si llegué a ser psicoanalista por haber desarrollado el hábito de escuchar. En todo caso, confieso que la niña de la que vengo hablando ha tenido siempre la mala costumbre de escuchar conversaciones de extraños en cualquier parte, un café, un autobús, la cola del cine, una sala de espera. Me interesa cómo habla la gente, qué expresiones utiliza, qué cuenta, cuáles historias pueden inferirse de un fragmento de su conversación, qué hipótesis acerca de sus vidas pueden derivarse”. En esto le queda claro al lector por qué elegiste estudiar psicología. Quiero preguntarte, ¿cómo entraste a la novela? ¿De qué manera se entrelazan tus dos profesiones?
Ana Teresa Torres Hace ya 15 años que no ejerzo la profesión de psicóloga, pero creo que entre el psicoanálisis, que es la especialidad que yo tengo, y la escritura hay unas cuantas referencias. Principalmente, el hecho de que el psicoanálisis es un método basado exclusivamente en el lenguaje, en la posibilidad de escuchar el relato del otro como un texto que debe ser comprendido, y de alguna manera versionado para ser devuelto con otros sentidos. Y también en una cierta actitud frente a eso que llamamos “la realidad”, es decir, una manera de ver y oír para comprenderla, que no es otra cosa que darle un sentido que nos permita accederla. Todo eso es producto del lenguaje, de la relación humana como narración. Parto de la idea de que la identidad no es otra cosa que una narración que hacemos de nosotros mismos, y que se origina en la narración que otros hicieron de nosotros. Entonces, cuando escribo, me sitúo ante un mínimo fragmento de la realidad que capta mi interés, una historia, una anécdota, una situación, y a partir de allí busco crearle un sentido que se va a desarrollar en el texto. Un sentido que de entrada yo no conozco, y que confío en la escritura como la vía para alcanzarlo. Así he llegado a la mayoría de mis novelas. Te pongo un ejemplo con la primera de ellas, El exilio del tiempo (1990):
El día en que abandonamos la casa, subí al cuarto de mamá antes de salir, las ventanas estaban abiertas y la cortina de voile, inflada por la brisa, se escapaba entre las rejas como una mano desplegada por alguien que la arrojara al tiempo.
Esa frase es la última de la novela, pero, en realidad, es la imagen inicial que dio origen a todo el texto. La imagen con la que yo veía el desprendimiento de la casa de mi infancia.
CB Entiendo tu argumentación, como novelista el lenguaje es mucho más importante que los silencios—diría que para el poeta los silencios, o las palabras que no necesariamente narran, las que sólo evocan, sugieren, o las que de plano son despalabras suelen ser más ricas que las que conducen directamente a, digamos la palabra (aunque, debo aclarar, la fuerza de tu prosa está, no sólo en su belleza, sino en lo no dicho, en su capacidad por dejar abiertos esos espacios donde no puede entrar el lenguaje o la explicación verbal del mundo). Quiero continuar con mi pregunta: ya que la palabra fue lo que te aficionó (o a lo que te aficionaste), ¿por qué elegir la literatura, y en ésta la ficción y la novela? ¿Por qué no concretarte al imaginario real de personas de carne y hueso, a lo que tú llamas “la narración que otros hicieron de nosotros”? ¿Qué tiene el género para ti hoy, y qué ha tenido, que te llama y es “tuyo”?
ATT La literatura viene para mí desde una niña lectora que encontraba en los cuentos una suerte de realidad paralela, algo que sin existir en mi vida, yo suponía que debía existir en alguna parte. Ese convencimiento que yo tenía acerca de los primeros cuentos infantiles, es decir, que no los pensaba como una ficción, ya que eso es un concepto adulto, sino como “algo” que estaba ocurriendo en “alguna” parte, en un lugar al que yo pensaba que accedería “algún” día, creo que es mi entrada en la literatura. Estoy pensando en el popular cuento de los hermanos Grimm, “El lobo y los siete cabritos”. Tengo un comentario sobre el recuerdo de esa lectura que quizás ilustre bien lo que quiero decir en el ensayo “Paisajes de novela” que aparece en Poética de la novela (1997):
Debe haber sido una larga tarde aburrida de hija única. Estoy sola, en la absoluta compañía del libro de imágenes que me han regalado. Es de tapas de cartón, con grandes ilustraciones a color. La narración me sumerge en un estado de pánico, no hay demasiada diferencia entre los cabritos que el lobo devora y yo. Quisiera gritarles que no abran la puerta, decirles que el lobo miente cuando se hace pasar por otro, soy el testigo impotente ante un crimen, ante la violencia, ante el engaño. Creo firmemente que aquello que ocurre es verdad. Tan verdad como la luz que se filtra a través del plástico verde de las persianas. Intento tapar la cabeza del lobo que muestra sus colmillos de los que cae una gota de saliva. Pongo mi mano y el lobo desaparece, la retiro y de nuevo está allí, sin duda mirándome. Continúo con la narración y finalmente el terror cesa. He sido recompensada. El cuento termina bien. El lobo es descubierto, los cabritos se salvan, su madre vuelve; la mía entra en la habitación y me pregunta si he dormido la siesta.
Me parece que esa mirada marca mi escritura en tanto escritura realista, no porque ocurre sino porque escribo con la convicción de que podría ocurrir. La ficción pura de alguna manera me cansa, y además no estoy segura de que exista. Aun en el relato más fantástico me parece que pueden encontrarse las referencias de donde surgió. En fin, si comencé a escribir fue porque era una lectora que quería hacer aquello que tanto disfrutaba, y sin duda, mi interés estaba en la narrativa. Comencé, como muchos novelistas, escribiendo cuentos pero después de mi primera novela, prácticamente abandoné ese género.
Lo que hoy es para mí la novela es la posibilidad de crear y creer en otras vidas, en otras alternativas para la limitación que es ser cada uno de nosotros. Escribir novelas es una manera de ser otra, de vivir en “otra” parte. Lo resumo así en “Ser muchas personas a la vez” en Por qué escriben los escritores (2005):
La posibilidad de trazar escenarios diversos y colocar en ellos a los personajes que nos representan en nuestra variedad. No porque sean partes nuestras sino porque son las posibilidades que no continuamos, aquellas por las que no avanzamos por tantas razones, o simplemente porque eran demasiado o totalmente ajenas. Escribiendo esas barreras desaparecen y podemos concebir las situaciones que por un instante deseamos… Pero la escritura, y particularmente, la narrativa, nos da esa licencia, ese don de coexistir en el espacio y en el tiempo.
Eso me llama de la novela, como lectora y como escritora. Ahora bien, preguntas qué es mío en eso y no sé muy bien responder. Quizás la posibilidad de imaginarme otras vidas, a partir de la observación curiosa, y luego tratar de comprenderlas, encontrarles sentido.
CB Has escrito que: “la memoria no es un hecho de comprobación ni un archivo de verificaciones. […] ¿Cuánto hay de verdad verificable en la reconstrucción de la memoria? ¿Cuánto hay de ficción inexistente en la invención? […] Probablemente, cuando creo estar recordando, estoy inventando, y donde creo inventar, recupero una vivencia olvidada”. En esta cita tuya está clara tu relación con el olvido y la memoria, la Historia y su reescritura: ¿qué arena es la novela en medio de esos debates? Lo digo especialmente por Doña Inés contra el olvido (transcurren en ella 300 años de vida de una familia venezolana) que puede ser leída como la novela de Venezuela, de una parte de la Historia venezolana.
ATT Durante un tiempo pensé que la novela podía reescribir la historia en su sentido oficial de relato nacional, y aportar otra mirada. Probablemente eso sea así pero hoy la veo como un lugar más de los muchos en los que se puede encontrar materia de escritura. Puede ser historia pasada, como en el caso de Doña Inés contra el olvido, para la que tuve que leer muchos libros de historia, o historia en progreso como Nocturama, para la que me bastaba leer la prensa, y sobre todo leer lo que ha sido la vida de los venezolanos en estos años, leyendo en mis propias vivencias, que no he podido descartar de mi memoria de estos años de confrontación política aguda que vive Venezuela, y que más allá de las posiciones de cada quien son parte de nuestra historia. Son imágenes de violencia que llevé a la novela, por ejemplo: la muerte de una adolescente en una plaza, bajo los disparos de un demente, y la marcha de su entierro que acompañamos un enorme grupo de personas, en absoluto silencio, mientras alguien, desde un edificio, tocaba con trompeta el himno nacional; las balaceras en los edificios abandonados e invadidos; las arremetidas de gases tóxicos contra los manifestantes; los indigentes que viven en las riberas del río Guaire, bajo las autopistas; e incluso, la anécdota principal del protagonista, que despierta sin saber quién es, como ha ocurrido en muchos casos de personas que son drogadas para luego robarlas o matarlas. No es una novela histórica, pero se asienta en lo que es la historia presente, o mejor dicho, la compone ficcionalmente al unir hechos dispersos.
La Historia es una versión que imaginan los historiadores de oficio, y la novela histórica, o basada en hechos históricos, es una versión imaginada por los escritores de oficio. A pesar de que muchos críticos me han catalogado como una novelista de la memoria, más bien veo la memoria como una instancia sumamente frágil, y en constante reedición. Nada de lo que recordamos es como fue, y ese mismo recuerdo se altera según pasa el tiempo. En otras palabras, historiar o novelar vienen siendo estrategias para crear imaginarios sobre el pasado, y esos imaginarios son necesarios, de lo contrario, el pasado quedaría vacío, y parte de nuestra identidad también.
CB ¿En algún sentido te incomoda que califiquen a tu Doña Inés como una novela histórica? ¿Cómo la describirías tú? ¿En qué medida esta novela, que tiene como subtrama la historia de Venezuela, es en estricto rigor una novela histórica? ¿En qué medida no, y consiste sólo, desde tu punto de vista de autora, en la historia de una familia en particular?
ATT Ciertamente es una novela histórica, o por lo menos así ha sido clasificada, y no creo que deba discutirlo. Creo que cumple con las reglas del género. Ahora bien, si es una historia familiar o la historia nacional, me parece una pregunta interesante. Desde luego, la concebí como una historia familiar, de modo que la Historia fuera, como muy acertadamente dices, una subtrama. Aparecen los grandes personajes de la historia venezolana pero siempre en un lugar secundario, como si fueran un telón de fondo, y en primer plano los protagonistas ficcionales de la trama novelesca. Esto es algo deliberado. Me cansaba, y ahora más que nunca, el endiosamiento de nuestra historia, y la precariedad con que han sido tratados los seres ordinarios que son, finalmente, quienes han construido el país. En la novela intenté una suerte de fresco en el que aparecieran esos personajes en sus distintas clases y castas, en sus litigios, sus enfrentamientos, sus odios y fidelidades, y para ello la estrategia de una saga familiar era muy útil porque me permitía enlazar hechos, mantener temáticas, y también dar cuenta de su desenvolvimiento a lo largo del tiempo.
En la medida en que la novela ocupa un extenso período de tres siglos, era necesario vincular algunos de los hechos fundamentales de la historia venezolana. Esto se relata en la novela a través de las posesiones que tiene la familia de la protagonista, mediante la narración de la destrucción de sus haciendas en la guerra independentista; su posterior reconstrucción parcial a mediados del siglo XIX; la expropiación por parte de algún gobierno de finales del siglo XIX, en la decadencia de la economía del cacao; y la venta pactada a finales del siglo XX entre uno de los descendientes y el alcalde de la región, cuando ya las tierras no tienen valor agrícola sino turístico. Otra temática importante es la incorporación de las clases dominadas de la colonia a la vida democrática de mediados del siglo XX, que se narra a través de una saga paralela a la de la familia propietaria. Es la saga de la familia esclava, que progresivamente va entrando en el mundo ciudadano, adquiriendo derechos, hasta alcanzar posiciones políticas. También hay un cierto recorrido de la temática femenina, en tanto la voz de Doña Inés va relatando los cambios que se operan, desde su vida colonial, a las costumbres que “observa” en las mujeres del siglo XX. Es importante aclarar que toda la historia es narrada por ella, la voz de un fantasma que recorre los siglos, y “ve” las transformaciones que se van operando, desde su óptica, naturalmente.
Esa idea de buscar la historia de los ciudadanos y no la de los héroes, es lo que me interesaba y me sigue interesando. Por supuesto no voy bien con el mercado. El mercado lector en Venezuela quiere la historia de los héroes o los antihéroes, quiere que la novela sea “todo lo que usted siempre quiso saber sobre X y su profesor de historia no le contó”, pero esa recreación no es para mí. Ahora estoy escribiendo una novela, que puede calificarse como histórica, porque ocurre en el siglo XVII, y precisamente el personaje principal es una mujer, que si bien existió, su vida fue borrada de los anales por la propia familia. Una historia minimalista, casi una anécdota. Mi narración pretende precisamente recrear su drama, el de una muchacha violentada, y a partir de los pocos datos localizables levantar un desarrollo y un desenlace para su vida.
CB Escribes en un ensayo:
Con respecto a ellos, los personajes, dos hipótesis. La primera, la más común, la del doble. El Otro-lector intentará adivinar en los personajes las trazas del autor. Los disfraces con los que ha revestido su identidad; dónde se esconde y cuál voz es la suya. La segunda es la del testigo; de qué voces da cuenta el escritor, qué discursos ha recogido en su existencia, en sus lecturas; con qué fantasmas carga y qué expresión quiere darles para que puedan, por fin, hablar. Me reconozco en ambas proposiciones.
¿A qué te refieres con “los fantasmas”?
ATT En cuanto a lo de fantasmas, creo que me refiero a esos personajes, situaciones, y recuerdos que se nos han quedado en el tintero, no les hemos podido dar forma escrita, y permanecen como obsesiones. Más que nada creo que los fantasmas de los que hablaba en ese ensayo eran eso, las obsesiones particulares, las cosas irresueltas, que los escritores tenemos la audacia de creer que si las escribimos se resuelven. Pero son muy importantes, son los que producen esa manera particular en la que cada quien escribe distinto a los demás. En cierta forma, están vinculados al término en sentido psicoanalítico, imaginarios personales que nos persiguen toda la vida. Cito un párrafo de mi novela Los últimos espectadores del acorazado Potemkin que quizás ilustra una de mis obsesiones.
Mi hermano murió hace bastante tiempo, y desde luego que el pesar de su desaparición es algo ya pasado, y con lo que me he reconciliado. Pero desde que sus escritos habían reaparecido en la caja de zapatos, después de haberlos olvidado, una cierta idea de lo inacabado me atormenta. Tampoco quisiera darle una gravedad que no tiene. La palabra tormento sugiere un sufrimiento mayor del que experimento. Quizá no sea más que la incómoda sensación que nos queda después de que una vida termina, en cuanto a la intrascendencia de la misma, en la imposibilidad de resumirla, una última ternura de saber que, finalmente, era una más de las posibles aventuras humanas
CB Publicaste una novela de corte erótico. ¿Cuál fue tu interés literario en el tema? ¿Cómo te sientes ante el libro publicado?
ATT Lo que ocurrió con La favorita del Señor no fue premeditado. Era una de las historias de mi novela anterior, Malena de cinco mundos, que se compone de cinco relatos de mujeres de diferentes épocas y lugares, pero la voz de la protagonista venía con tanta fuerza que comprendí que exigía su lugar propio, y la voz venía en tono erótico. Se impuso así y le seguí los pasos, y quedó como una novela aparte. El libro me gusta, y ha sido uno de los más vendidos. El género erótico no es muy común en Venezuela, y menos escrito por novelistas mujeres ( a diferencia de la poesía), así que fue bastante sonada la publicación. Un librero me dijo una vez, si quiere vender, siga con ese tema, pero la verdad es que no he querido volver. Fue, como digo, una voz que se impuso y que no pretendo buscar.
CB Escribe Oscar Rodríguez Ortiz que “en la obra de Torres hay esta continuidad de las tradiciones venezolanas”, tras mencionar a Rómulo Gallegos (te encuentra “relacionable con ese pantanoso mundo secreto que bulle en la obra de Gallegos: sus terrores a las mezclas raciales y el peligro de los incestos”). Este crítico hace comparaciones con otros autores latinoamericanos para los que “lo nacional y la conciencia histórica son asuntos centrales”, y con Faulkner. ¿En quiénes colocas tú tu filiación literaria? Has dicho que la literatura venezolana es desconocida afuera de su territorio geográfico, aún cuando goza de magníficos autores. ¿A cuáles de los clásicos venezolanos aceptas como parte de tu árbol genealógico?
ATT Sin duda, estuve mucho tiempo influenciada por los autores latinoamericanos, naturalmente Carlos Fuentes, pero también José Donoso, Fernando Del Paso, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar. Toda esa gran generación. Progresivamente me he ido metiendo por otras lecturas, y por otras escrituras. Trato de moverme en un panorama más amplio, y aunque me resulta muy difícil enumerar lo que leo, por la forma tan desordenada en que lo hago, nombro de memoria algunos de los narradores que más me han interesado, y que creo me han dejado huella: autores ingleses (Iris Murdoch, Kazuo Ishiguro, P.D. James, Sarah Waters); o norteamericanos (Patricia Highsmith, Alice Munro, Paul Auster); o europeos (W. G. Sebald, Imre Kertesz, Sándor Márai).
Rodríguez Ortiz se refiere concretamente a Doña Inés, donde ocurren los líos de mezclas raciales y otros derivados. Una parte muy importante de la novela es la saga matrimonial, es decir, cómo se producen las uniones, partiendo de la vida colonial, en la que había una prohibición para los matrimonios interraciales, aunque, en los hechos, se producían uniones mixtas. Esto, naturalmente, era en aquel momento, negado y encubierto. Doña Inés narra que su marido tiene un hijo de una esclava, y que una de sus hijas mantuvo un affaire con un esclavo, por lo que tuvo que esconderla, hasta estar segura de que no había quedado embarazada. En la medida en que pasa el tiempo, la prohibición desaparece, pero se mantiene como prejuicio, aunque se operan transformaciones importantes. Por ejemplo, una descendiente de Doña Inés, arruinada y sin pretendientes, se casa con un mulato, que proviene de la saga de la familia esclava, pero se ha convertido en un hombre de dinero y de poder durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1905-1935); y más adelante, mantiene una relación amorosa por varios años con un judío, lo que también desafiaba los prejuicios de la burguesía venezolana, no solamente por el adulterio sino por la condición judía de su amante. Todas estas tramas de la construcción de la sociedad venezolana son fundamentales en Gallegos, y sin duda su obra está presente en casi todos los novelistas venezolanos, lo quieran o no, pero no creo que yo he sido una hija demasiado fiel, en tanto que debo confesar que, para mi vergüenza, no lo he leído con suficiente continuidad, y por otra parte, la novelística galleguiana es fundamentalmente rural, y la de los autores posgalleguianos es urbana.
Lo que creo nos une a su obra es esa preocupación por lo nacional, el país como obsesión, como fantasma, como problema. Si busco en el árbol de los clásicos sin duda la autora es Teresa de la Parra. Hay mucha historia, mucha “nación” en su obra, pero siempre marginal, siempre a través de personajes insignificantes. Cuando ella escribe Ifigenia, en 1924, el panorama literario venezolano estaba dominado por Gallegos y José Rafael Pocaterra, que abordaban los grandes temas nacionales; en cambio, Teresa se lanza a escribir la vida de una joven, que no sale de su entorno familiar, pero a través de su relato comprendemos los efectos de la dictadura en la sociedad, sus prejuicios, sus transformaciones económicas. Era una audacia en aquel momento escoger esa protagonista, y esa temática, entre lo familiar, y lo sacrificial, de las muchachas de entonces. Lo nacional, que tanto nos marca a los venezolanos, lo encuentro ahora mejor en temas minimalistas, en un lenguaje más escueto, casi que menos literario, diría. Me gusta ver el hilo de las cosas, y cómo se van transformando, pero siempre tengo la impresión de que nunca puedo volver a una escritura anterior. En parte porque me lo he propuesto así, pero también porque no funcionaría. En cada libro se queda una parte propia, y hay que dejarla ir.
En:
Carmen Boullosa En mi generación, y en ese círculo cerrado en que me formé, los escritores llegábamos al oficio vía directa por la pasión literaria. No recibimos entrenamiento en ninguna otra profesión. Medianamente nos fuimos entrenando en otras artes. Siempre me ha intrigado tu caso, desde que comencé a leerte, porque, a pesar de las distancias—llamémoslas el Canal de Panamá, si te parece—, te encuentro muy cercana. Pero tú tienes un entrenamiento no literario. Eres psicóloga, además de escritora. Has escrito: “Tengo la impresión de que escucho hablar a los personajes. No podría decir si es un hábito, un método adquirido a partir de mi oficio de psicoanalista, o al contrario, si llegué a ser psicoanalista por haber desarrollado el hábito de escuchar. En todo caso, confieso que la niña de la que vengo hablando ha tenido siempre la mala costumbre de escuchar conversaciones de extraños en cualquier parte, un café, un autobús, la cola del cine, una sala de espera. Me interesa cómo habla la gente, qué expresiones utiliza, qué cuenta, cuáles historias pueden inferirse de un fragmento de su conversación, qué hipótesis acerca de sus vidas pueden derivarse”. En esto le queda claro al lector por qué elegiste estudiar psicología. Quiero preguntarte, ¿cómo entraste a la novela? ¿De qué manera se entrelazan tus dos profesiones?
Ana Teresa Torres Hace ya 15 años que no ejerzo la profesión de psicóloga, pero creo que entre el psicoanálisis, que es la especialidad que yo tengo, y la escritura hay unas cuantas referencias. Principalmente, el hecho de que el psicoanálisis es un método basado exclusivamente en el lenguaje, en la posibilidad de escuchar el relato del otro como un texto que debe ser comprendido, y de alguna manera versionado para ser devuelto con otros sentidos. Y también en una cierta actitud frente a eso que llamamos “la realidad”, es decir, una manera de ver y oír para comprenderla, que no es otra cosa que darle un sentido que nos permita accederla. Todo eso es producto del lenguaje, de la relación humana como narración. Parto de la idea de que la identidad no es otra cosa que una narración que hacemos de nosotros mismos, y que se origina en la narración que otros hicieron de nosotros. Entonces, cuando escribo, me sitúo ante un mínimo fragmento de la realidad que capta mi interés, una historia, una anécdota, una situación, y a partir de allí busco crearle un sentido que se va a desarrollar en el texto. Un sentido que de entrada yo no conozco, y que confío en la escritura como la vía para alcanzarlo. Así he llegado a la mayoría de mis novelas. Te pongo un ejemplo con la primera de ellas, El exilio del tiempo (1990):
El día en que abandonamos la casa, subí al cuarto de mamá antes de salir, las ventanas estaban abiertas y la cortina de voile, inflada por la brisa, se escapaba entre las rejas como una mano desplegada por alguien que la arrojara al tiempo.
Esa frase es la última de la novela, pero, en realidad, es la imagen inicial que dio origen a todo el texto. La imagen con la que yo veía el desprendimiento de la casa de mi infancia.
CB Entiendo tu argumentación, como novelista el lenguaje es mucho más importante que los silencios—diría que para el poeta los silencios, o las palabras que no necesariamente narran, las que sólo evocan, sugieren, o las que de plano son despalabras suelen ser más ricas que las que conducen directamente a, digamos la palabra (aunque, debo aclarar, la fuerza de tu prosa está, no sólo en su belleza, sino en lo no dicho, en su capacidad por dejar abiertos esos espacios donde no puede entrar el lenguaje o la explicación verbal del mundo). Quiero continuar con mi pregunta: ya que la palabra fue lo que te aficionó (o a lo que te aficionaste), ¿por qué elegir la literatura, y en ésta la ficción y la novela? ¿Por qué no concretarte al imaginario real de personas de carne y hueso, a lo que tú llamas “la narración que otros hicieron de nosotros”? ¿Qué tiene el género para ti hoy, y qué ha tenido, que te llama y es “tuyo”?
ATT La literatura viene para mí desde una niña lectora que encontraba en los cuentos una suerte de realidad paralela, algo que sin existir en mi vida, yo suponía que debía existir en alguna parte. Ese convencimiento que yo tenía acerca de los primeros cuentos infantiles, es decir, que no los pensaba como una ficción, ya que eso es un concepto adulto, sino como “algo” que estaba ocurriendo en “alguna” parte, en un lugar al que yo pensaba que accedería “algún” día, creo que es mi entrada en la literatura. Estoy pensando en el popular cuento de los hermanos Grimm, “El lobo y los siete cabritos”. Tengo un comentario sobre el recuerdo de esa lectura que quizás ilustre bien lo que quiero decir en el ensayo “Paisajes de novela” que aparece en Poética de la novela (1997):
Debe haber sido una larga tarde aburrida de hija única. Estoy sola, en la absoluta compañía del libro de imágenes que me han regalado. Es de tapas de cartón, con grandes ilustraciones a color. La narración me sumerge en un estado de pánico, no hay demasiada diferencia entre los cabritos que el lobo devora y yo. Quisiera gritarles que no abran la puerta, decirles que el lobo miente cuando se hace pasar por otro, soy el testigo impotente ante un crimen, ante la violencia, ante el engaño. Creo firmemente que aquello que ocurre es verdad. Tan verdad como la luz que se filtra a través del plástico verde de las persianas. Intento tapar la cabeza del lobo que muestra sus colmillos de los que cae una gota de saliva. Pongo mi mano y el lobo desaparece, la retiro y de nuevo está allí, sin duda mirándome. Continúo con la narración y finalmente el terror cesa. He sido recompensada. El cuento termina bien. El lobo es descubierto, los cabritos se salvan, su madre vuelve; la mía entra en la habitación y me pregunta si he dormido la siesta.
Me parece que esa mirada marca mi escritura en tanto escritura realista, no porque ocurre sino porque escribo con la convicción de que podría ocurrir. La ficción pura de alguna manera me cansa, y además no estoy segura de que exista. Aun en el relato más fantástico me parece que pueden encontrarse las referencias de donde surgió. En fin, si comencé a escribir fue porque era una lectora que quería hacer aquello que tanto disfrutaba, y sin duda, mi interés estaba en la narrativa. Comencé, como muchos novelistas, escribiendo cuentos pero después de mi primera novela, prácticamente abandoné ese género.
Lo que hoy es para mí la novela es la posibilidad de crear y creer en otras vidas, en otras alternativas para la limitación que es ser cada uno de nosotros. Escribir novelas es una manera de ser otra, de vivir en “otra” parte. Lo resumo así en “Ser muchas personas a la vez” en Por qué escriben los escritores (2005):
La posibilidad de trazar escenarios diversos y colocar en ellos a los personajes que nos representan en nuestra variedad. No porque sean partes nuestras sino porque son las posibilidades que no continuamos, aquellas por las que no avanzamos por tantas razones, o simplemente porque eran demasiado o totalmente ajenas. Escribiendo esas barreras desaparecen y podemos concebir las situaciones que por un instante deseamos… Pero la escritura, y particularmente, la narrativa, nos da esa licencia, ese don de coexistir en el espacio y en el tiempo.
Eso me llama de la novela, como lectora y como escritora. Ahora bien, preguntas qué es mío en eso y no sé muy bien responder. Quizás la posibilidad de imaginarme otras vidas, a partir de la observación curiosa, y luego tratar de comprenderlas, encontrarles sentido.
CB Has escrito que: “la memoria no es un hecho de comprobación ni un archivo de verificaciones. […] ¿Cuánto hay de verdad verificable en la reconstrucción de la memoria? ¿Cuánto hay de ficción inexistente en la invención? […] Probablemente, cuando creo estar recordando, estoy inventando, y donde creo inventar, recupero una vivencia olvidada”. En esta cita tuya está clara tu relación con el olvido y la memoria, la Historia y su reescritura: ¿qué arena es la novela en medio de esos debates? Lo digo especialmente por Doña Inés contra el olvido (transcurren en ella 300 años de vida de una familia venezolana) que puede ser leída como la novela de Venezuela, de una parte de la Historia venezolana.
ATT Durante un tiempo pensé que la novela podía reescribir la historia en su sentido oficial de relato nacional, y aportar otra mirada. Probablemente eso sea así pero hoy la veo como un lugar más de los muchos en los que se puede encontrar materia de escritura. Puede ser historia pasada, como en el caso de Doña Inés contra el olvido, para la que tuve que leer muchos libros de historia, o historia en progreso como Nocturama, para la que me bastaba leer la prensa, y sobre todo leer lo que ha sido la vida de los venezolanos en estos años, leyendo en mis propias vivencias, que no he podido descartar de mi memoria de estos años de confrontación política aguda que vive Venezuela, y que más allá de las posiciones de cada quien son parte de nuestra historia. Son imágenes de violencia que llevé a la novela, por ejemplo: la muerte de una adolescente en una plaza, bajo los disparos de un demente, y la marcha de su entierro que acompañamos un enorme grupo de personas, en absoluto silencio, mientras alguien, desde un edificio, tocaba con trompeta el himno nacional; las balaceras en los edificios abandonados e invadidos; las arremetidas de gases tóxicos contra los manifestantes; los indigentes que viven en las riberas del río Guaire, bajo las autopistas; e incluso, la anécdota principal del protagonista, que despierta sin saber quién es, como ha ocurrido en muchos casos de personas que son drogadas para luego robarlas o matarlas. No es una novela histórica, pero se asienta en lo que es la historia presente, o mejor dicho, la compone ficcionalmente al unir hechos dispersos.
La Historia es una versión que imaginan los historiadores de oficio, y la novela histórica, o basada en hechos históricos, es una versión imaginada por los escritores de oficio. A pesar de que muchos críticos me han catalogado como una novelista de la memoria, más bien veo la memoria como una instancia sumamente frágil, y en constante reedición. Nada de lo que recordamos es como fue, y ese mismo recuerdo se altera según pasa el tiempo. En otras palabras, historiar o novelar vienen siendo estrategias para crear imaginarios sobre el pasado, y esos imaginarios son necesarios, de lo contrario, el pasado quedaría vacío, y parte de nuestra identidad también.
CB ¿En algún sentido te incomoda que califiquen a tu Doña Inés como una novela histórica? ¿Cómo la describirías tú? ¿En qué medida esta novela, que tiene como subtrama la historia de Venezuela, es en estricto rigor una novela histórica? ¿En qué medida no, y consiste sólo, desde tu punto de vista de autora, en la historia de una familia en particular?
ATT Ciertamente es una novela histórica, o por lo menos así ha sido clasificada, y no creo que deba discutirlo. Creo que cumple con las reglas del género. Ahora bien, si es una historia familiar o la historia nacional, me parece una pregunta interesante. Desde luego, la concebí como una historia familiar, de modo que la Historia fuera, como muy acertadamente dices, una subtrama. Aparecen los grandes personajes de la historia venezolana pero siempre en un lugar secundario, como si fueran un telón de fondo, y en primer plano los protagonistas ficcionales de la trama novelesca. Esto es algo deliberado. Me cansaba, y ahora más que nunca, el endiosamiento de nuestra historia, y la precariedad con que han sido tratados los seres ordinarios que son, finalmente, quienes han construido el país. En la novela intenté una suerte de fresco en el que aparecieran esos personajes en sus distintas clases y castas, en sus litigios, sus enfrentamientos, sus odios y fidelidades, y para ello la estrategia de una saga familiar era muy útil porque me permitía enlazar hechos, mantener temáticas, y también dar cuenta de su desenvolvimiento a lo largo del tiempo.
En la medida en que la novela ocupa un extenso período de tres siglos, era necesario vincular algunos de los hechos fundamentales de la historia venezolana. Esto se relata en la novela a través de las posesiones que tiene la familia de la protagonista, mediante la narración de la destrucción de sus haciendas en la guerra independentista; su posterior reconstrucción parcial a mediados del siglo XIX; la expropiación por parte de algún gobierno de finales del siglo XIX, en la decadencia de la economía del cacao; y la venta pactada a finales del siglo XX entre uno de los descendientes y el alcalde de la región, cuando ya las tierras no tienen valor agrícola sino turístico. Otra temática importante es la incorporación de las clases dominadas de la colonia a la vida democrática de mediados del siglo XX, que se narra a través de una saga paralela a la de la familia propietaria. Es la saga de la familia esclava, que progresivamente va entrando en el mundo ciudadano, adquiriendo derechos, hasta alcanzar posiciones políticas. También hay un cierto recorrido de la temática femenina, en tanto la voz de Doña Inés va relatando los cambios que se operan, desde su vida colonial, a las costumbres que “observa” en las mujeres del siglo XX. Es importante aclarar que toda la historia es narrada por ella, la voz de un fantasma que recorre los siglos, y “ve” las transformaciones que se van operando, desde su óptica, naturalmente.
Esa idea de buscar la historia de los ciudadanos y no la de los héroes, es lo que me interesaba y me sigue interesando. Por supuesto no voy bien con el mercado. El mercado lector en Venezuela quiere la historia de los héroes o los antihéroes, quiere que la novela sea “todo lo que usted siempre quiso saber sobre X y su profesor de historia no le contó”, pero esa recreación no es para mí. Ahora estoy escribiendo una novela, que puede calificarse como histórica, porque ocurre en el siglo XVII, y precisamente el personaje principal es una mujer, que si bien existió, su vida fue borrada de los anales por la propia familia. Una historia minimalista, casi una anécdota. Mi narración pretende precisamente recrear su drama, el de una muchacha violentada, y a partir de los pocos datos localizables levantar un desarrollo y un desenlace para su vida.
CB Escribes en un ensayo:
Con respecto a ellos, los personajes, dos hipótesis. La primera, la más común, la del doble. El Otro-lector intentará adivinar en los personajes las trazas del autor. Los disfraces con los que ha revestido su identidad; dónde se esconde y cuál voz es la suya. La segunda es la del testigo; de qué voces da cuenta el escritor, qué discursos ha recogido en su existencia, en sus lecturas; con qué fantasmas carga y qué expresión quiere darles para que puedan, por fin, hablar. Me reconozco en ambas proposiciones.
¿A qué te refieres con “los fantasmas”?
ATT En cuanto a lo de fantasmas, creo que me refiero a esos personajes, situaciones, y recuerdos que se nos han quedado en el tintero, no les hemos podido dar forma escrita, y permanecen como obsesiones. Más que nada creo que los fantasmas de los que hablaba en ese ensayo eran eso, las obsesiones particulares, las cosas irresueltas, que los escritores tenemos la audacia de creer que si las escribimos se resuelven. Pero son muy importantes, son los que producen esa manera particular en la que cada quien escribe distinto a los demás. En cierta forma, están vinculados al término en sentido psicoanalítico, imaginarios personales que nos persiguen toda la vida. Cito un párrafo de mi novela Los últimos espectadores del acorazado Potemkin que quizás ilustra una de mis obsesiones.
Mi hermano murió hace bastante tiempo, y desde luego que el pesar de su desaparición es algo ya pasado, y con lo que me he reconciliado. Pero desde que sus escritos habían reaparecido en la caja de zapatos, después de haberlos olvidado, una cierta idea de lo inacabado me atormenta. Tampoco quisiera darle una gravedad que no tiene. La palabra tormento sugiere un sufrimiento mayor del que experimento. Quizá no sea más que la incómoda sensación que nos queda después de que una vida termina, en cuanto a la intrascendencia de la misma, en la imposibilidad de resumirla, una última ternura de saber que, finalmente, era una más de las posibles aventuras humanas
CB Publicaste una novela de corte erótico. ¿Cuál fue tu interés literario en el tema? ¿Cómo te sientes ante el libro publicado?
ATT Lo que ocurrió con La favorita del Señor no fue premeditado. Era una de las historias de mi novela anterior, Malena de cinco mundos, que se compone de cinco relatos de mujeres de diferentes épocas y lugares, pero la voz de la protagonista venía con tanta fuerza que comprendí que exigía su lugar propio, y la voz venía en tono erótico. Se impuso así y le seguí los pasos, y quedó como una novela aparte. El libro me gusta, y ha sido uno de los más vendidos. El género erótico no es muy común en Venezuela, y menos escrito por novelistas mujeres ( a diferencia de la poesía), así que fue bastante sonada la publicación. Un librero me dijo una vez, si quiere vender, siga con ese tema, pero la verdad es que no he querido volver. Fue, como digo, una voz que se impuso y que no pretendo buscar.
CB Escribe Oscar Rodríguez Ortiz que “en la obra de Torres hay esta continuidad de las tradiciones venezolanas”, tras mencionar a Rómulo Gallegos (te encuentra “relacionable con ese pantanoso mundo secreto que bulle en la obra de Gallegos: sus terrores a las mezclas raciales y el peligro de los incestos”). Este crítico hace comparaciones con otros autores latinoamericanos para los que “lo nacional y la conciencia histórica son asuntos centrales”, y con Faulkner. ¿En quiénes colocas tú tu filiación literaria? Has dicho que la literatura venezolana es desconocida afuera de su territorio geográfico, aún cuando goza de magníficos autores. ¿A cuáles de los clásicos venezolanos aceptas como parte de tu árbol genealógico?
ATT Sin duda, estuve mucho tiempo influenciada por los autores latinoamericanos, naturalmente Carlos Fuentes, pero también José Donoso, Fernando Del Paso, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar. Toda esa gran generación. Progresivamente me he ido metiendo por otras lecturas, y por otras escrituras. Trato de moverme en un panorama más amplio, y aunque me resulta muy difícil enumerar lo que leo, por la forma tan desordenada en que lo hago, nombro de memoria algunos de los narradores que más me han interesado, y que creo me han dejado huella: autores ingleses (Iris Murdoch, Kazuo Ishiguro, P.D. James, Sarah Waters); o norteamericanos (Patricia Highsmith, Alice Munro, Paul Auster); o europeos (W. G. Sebald, Imre Kertesz, Sándor Márai).
Rodríguez Ortiz se refiere concretamente a Doña Inés, donde ocurren los líos de mezclas raciales y otros derivados. Una parte muy importante de la novela es la saga matrimonial, es decir, cómo se producen las uniones, partiendo de la vida colonial, en la que había una prohibición para los matrimonios interraciales, aunque, en los hechos, se producían uniones mixtas. Esto, naturalmente, era en aquel momento, negado y encubierto. Doña Inés narra que su marido tiene un hijo de una esclava, y que una de sus hijas mantuvo un affaire con un esclavo, por lo que tuvo que esconderla, hasta estar segura de que no había quedado embarazada. En la medida en que pasa el tiempo, la prohibición desaparece, pero se mantiene como prejuicio, aunque se operan transformaciones importantes. Por ejemplo, una descendiente de Doña Inés, arruinada y sin pretendientes, se casa con un mulato, que proviene de la saga de la familia esclava, pero se ha convertido en un hombre de dinero y de poder durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1905-1935); y más adelante, mantiene una relación amorosa por varios años con un judío, lo que también desafiaba los prejuicios de la burguesía venezolana, no solamente por el adulterio sino por la condición judía de su amante. Todas estas tramas de la construcción de la sociedad venezolana son fundamentales en Gallegos, y sin duda su obra está presente en casi todos los novelistas venezolanos, lo quieran o no, pero no creo que yo he sido una hija demasiado fiel, en tanto que debo confesar que, para mi vergüenza, no lo he leído con suficiente continuidad, y por otra parte, la novelística galleguiana es fundamentalmente rural, y la de los autores posgalleguianos es urbana.
Lo que creo nos une a su obra es esa preocupación por lo nacional, el país como obsesión, como fantasma, como problema. Si busco en el árbol de los clásicos sin duda la autora es Teresa de la Parra. Hay mucha historia, mucha “nación” en su obra, pero siempre marginal, siempre a través de personajes insignificantes. Cuando ella escribe Ifigenia, en 1924, el panorama literario venezolano estaba dominado por Gallegos y José Rafael Pocaterra, que abordaban los grandes temas nacionales; en cambio, Teresa se lanza a escribir la vida de una joven, que no sale de su entorno familiar, pero a través de su relato comprendemos los efectos de la dictadura en la sociedad, sus prejuicios, sus transformaciones económicas. Era una audacia en aquel momento escoger esa protagonista, y esa temática, entre lo familiar, y lo sacrificial, de las muchachas de entonces. Lo nacional, que tanto nos marca a los venezolanos, lo encuentro ahora mejor en temas minimalistas, en un lenguaje más escueto, casi que menos literario, diría. Me gusta ver el hilo de las cosas, y cómo se van transformando, pero siempre tengo la impresión de que nunca puedo volver a una escritura anterior. En parte porque me lo he propuesto así, pero también porque no funcionaría. En cada libro se queda una parte propia, y hay que dejarla ir.
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