jueves, 12 de abril de 2007

Cinco respuestas a Gustavo Guerrero y Antonio López Ortega

1. Mujer, escritora, venezolana y psicoanalista… ¿en qué orden le gustaría poner estos adjetivos para describir su trayectoria?

Todos forman parte de mi identidad. Lo que ha cambiado, entre escritora y psicoanalista, ha sido el acento o la prioridad en el tiempo.

2. Sus dos primeras novelas --El exilio en el tiempo (1990) y Dona Inés contra el olvido (1992)-- son novelas históricas y se inscriben así dentro de un généro que, con figuras como Uslar Pietri y Herrera Luque, parece bien arraigado en la literatura venezolana. ¿De dónde procede este interés por la novela histórica entre los lectores venezolanos y, en su caso particular, qué le empuja a escribir este tipo de novela?

Existe una tradición no sólo venezolana sino latinoamericana por el cultivo del tema histórico. Una tradición emparentada con la identidad del escritor, del intelectual, en general, como alguien que debe “dar cuenta” del país. El crítico venezolano Víctor Bravo afirmaba que los intelectuales latinoamericanos siempre están en “crisis de pueblo” y pensando el país. Probablemente los latinoamericanos vivimos siempre con el país como sueño o como pesadilla, somos hijos de historias inconformes con su propia narrativa, y quizá nos hemos visto llevados por una suerte de mandato a intentar descifrar “el país”, a veces en las novelas, otras en el ensayo, e incluso en la poesía. Hace poco una escritora de las nuevas generaciones –Gisela Kozak- me decía que para que un escritor se consagrara en Venezuela era necesario que abordara el tema de la Nación. Quizás haya sido así en el pasado, espero que no lo sea en el futuro. No quiero decir que sea un camino forzosamente equivocado, sino que de alguna manera ha sido un tanto obligado y es muy limitante.


Ahora bien, cuando yo escribí El exilio del tiempo, estaba pensando, mucho más que en la historia de Venezuela, en otros referentes; sobre todo en Un mundo para Julius de Bryce Echenique, que entra también en esa tradición latinoamericana de explicarle al mundo nuestra sociedad. Recuerdo un comentario de Julio Ortega en su libro El principio radical de lo nuevo. Postmodernidad, identidad y novela en América Latina (FCE, 1997), en el que sugería que los venezolanos escribíamos novelas como partiendo de cero, como si necesitáramos siempre empezar a explicarnos desde el principio.


Se han dado muchas razones al fenómeno de la novela histórica; una es que los historiadores sólo nos contaban las crónicas de las batallas y las dictaduras, y eran los novelistas quienes entraban en el terreno de la intimidad para mostrar a los héroes y antihéroes como personas y no como semidioses. Recuerdo muy bien cuando se publicó la primera novela de Herrera Luque –Boves, el urogallo- porque fuimos muy amigos, y el éxito que tuvo con los lectores. Herrera Luque les contaba su propia historia a los venezolanos pero desde una perspectiva personal que gustaba mucho. De nuevo, esa no era tampoco mi finalidad cuando escribí Doña Inés contra el olvido. Precisamente no quería hablar de los héroes sino de la historia privada, de la gente común, del entorno social, de la vida cotidiana, y contarla desde la perspectiva de una mujer, que creo que fue una de las razones para que la novela fuera bien recibida porque agregaba una visión diferente. Diría que esos dos primeros libros son, más que novelas históricas, sociales; o como las definió la crítica Luz Marina Rivas, intrahistóricas. En todo caso, dejo esas clasificaciones para los académicos.


Pero volviendo a la pregunta acerca del interés de los lectores por el género, mi sugerencia va por el camino de que a los venezolanos les interesa más el poder que la literatura, y lo histórico, sea en ensayo o en novela, sigue siendo exitoso porque habla del poder, de cómo se logra o como se pierde, del heroísmo, de la lucha, de la traición. Esos temas son muy afines a la sensibilidad venezolana.

3. En sus novelas más recientes --La favorita del señor (2001) y El corazón del otro (2005)-- la brújula parece orientarse hacia otros tópicos: el erotismo, el thriller policial, etc. ¿Cómo explicar esta evolución de intereses? ¿Ve Ud. allí una continuidad o complementaridad natural o estamos hablando de saltos mayores?

Lo cierto del caso es que después que publiqué Doña Inés me propuse -al menos por un largo tiempo- abandonar la historia venezolana. Primero, porque otros temas me llamaban, y, segundo, porque pensé que si tomaba el mismo camino en mi tercera novela no lograría nunca salir de él. Eso me resultaba asfixiante. No puedo, por supuesto, abandonar el país; de alguna manera todo escritor está condenado a hablar desde su experiencia y su contexto, y eso es lo que permite la extraordinaria diversidad de la literatura. Aunque se ha venido produciendo un cierto traslado de los temas y los tratamientos narrativos que va desgastando la noción de “literaturas nacionales”, aún así persiste una marca de fábrica, una manera de vivir el mundo que nos determina a ser lo que somos. Se me ocurre citar la última novela de Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala; a pesar de su conocimiento cotidiano de Francia o de Inglaterra, no es la novela de un francés o de un inglés, sino la de un latinoamericano que ha vivido mucho en Europa. De modo, pues, que acepto “mi destino sudamericano” –como dice Borges en su Poema Conjetural-, pero me rebelo ante la idea de que Venezuela, el país como problema, deba ser el tema de todos mis libros.


Después de Doña Inés escribí Vagas desapariciones, cuyos personajes se desprenden más por la búsqueda o la necesidad de contar historias minimalistas, más psicológicas e íntimas. La novela no tuvo una buena recepción, pero fue para mí muy importante. Me abrió la puerta para narrar desde otra perspectiva. Siguió Malena de cinco mundos, en la que me propuse algunas innovaciones. La novela describe la vida de cinco mujeres: dos venezolanas, una contemporánea y otra decimonónica, y tres correspondientes a otros tiempos y lugares. De nuevo aquí se amplió mi panorama de identidades, y dio lugar a una novela corta, La favorita del Señor, en género erótico.


Esto sorprendió a los lectores porque nada en los títulos anteriores parecía anunciarlo. El cambio más significativo desde mi punto de vista no era solamente el género sino la identidad de la protagonista. Concebí el relato como una fábula oriental, en la cual una princesa árabe vive las aventuras y desventuras que se suceden a partir de que es hecha prisionera por un señor cristiano. Aquí me estaba trasladando definitivamente de época y de cultura, y ese paso me resultaba muy importante. Continuaba mi apuesta por salir de mí misma y de mis referencias más inmediatas.


Sin embargo, en 1999 publiqué Los últimos espectadores del acorazado Potemkin, que vuelve al tema de la memoria nacional, aunque dentro de una historia mínima, muy personal, pero definitivamente encuadrada en los procesos sociales de la Venezuela de los años 50 y 60. Por un lado me proponía aquí una variante importante y es que el relato depende de una voz masculina (las anteriores eran principalmente narradas por voces femeninas), y la segunda, que la narración continuamente desafía la historia. Finalmente, queda en el lector la duda de si los hechos narrados son consistentes o más bien un juego de imaginación. La trama un tanto detectivesca utilizada en la construcción del protagonista, me sugirió entrar en el género policial, y allí nació El corazón del otro. En ese caso la protagonista es canadiense, lo que me llevaba a tratar de ver Caracas desde otros ojos, y a suponer cómo se comportaba una extranjera dentro de nuestros códigos culturales.


Mi próximo título, Nocturama, sería para mí difícil de encuadrar en un género; tiene algo de fábula alegórica, de novela negra, de ciencia ficción. En resumen, mi proyecto principal ha sido que mis novelas no se parezcan demasiado unas a otras, y que me permitan experimentarme a mí misma dentro de diferentes registros.

4. Ud. es coautora de un libro fundamental: El hilo de la voz (2003), posiblemente el más completo y agudo estudio antológico de la literatura femenina en Venezuela. ¿Qué legado le ha dejado ese esfuerzo? ¿El número de omisiones, anonimatos o identidades forjadas da pie como para reconstruir la historia de la literatura venezolana de los dos últimos siglos?

Fue un gran esfuerzo que asumí junto a la poeta Yolanda Pantin, pero, al mismo tiempo una tarea recompensada. Se trata de un estudio más bien dedicado al lector académico, que ha circulado bien en las universidades de otros países y también fue muy bien recibido en las venezolanas. ¿Por qué lo emprendimos? Es obvio decirlo, porque el canon literario venezolano había sido construido sobre los escritores hombres - lo que desde luego no es una novedad-, pero conocíamos que en la mayoría de los países latinoamericanos las escritoras habían ya realizado el trabajo de levantar y construir su tradición, mientras que en Venezuela estaba por hacerse. Ésa era la razón para emprender el trabajo, pero también la noción –que ya había sido trabajada por Pantin en poesía- de que existía un legado original y propio de las escritoras venezolanas del siglo XX. De modo que lo ampliamos a narrativa, ensayo y teatro. El estudio y la antología que realizamos fueron extensos pero no exhaustivos, y aún así creo que el libro propone otra lectura de la literatura venezolana porque, en la medida en que muchas de las autoras fueron excluidas del canon, relegadas, o simplemente no leídas, sin ellas una parte fundamental de nuestra literatura quedó fuera de los temas, tratamientos, diálogos e inauguraciones.

5. Aparte de haber sido presidenta del Pen Club-Sección Venezuela por dos años consecutivos, Ud. ha mantenido públicamente una actitud vigilante y crítica contra todo signo de poder o censura oficial relacionado con las libertades de expresión y creación. ¿Qué significa escribir en la Venezuela de hoy? ¿Hay amenazas ciertas contra la libre creación y expresión?

Recientemente Teodoro Petkoff definió la situación venezolana como pre totalitaria, es decir, con claros indicadores de un Estado con vocación totalitaria, aun cuando se mantienen algunas libertades civiles y políticas. Esto puede ser desconcertante. Ocurre que el Estado venezolano no es plenamente totalitario porque su estrategia no ha sido la de producir una dictadura violenta y represiva -que hubiera asustado a los de adentro y escandalizado a los de afuera-, sino la de avanzar progresivamente copando los espacios de libertad hasta el final. Esto es más que evidente en lo que concierne a los poderes públicos, y vienen leyes para el próximo año con la intención de tomar los espacios privados, tales como las Ongs. Es pre totalitario también porque, si bien existe la propiedad privada, ésta es vulnerada cuando impunemente a los poderes públicos les conviene hacerlo. ¿Cómo hablar de censura o limitaciones a la libertad de expresión cuando existe un buen número de medios de comunicación que dedican gran parte de su cobertura a criticar al gobierno? También en esto vivimos una situación pre totalitaria. En Venezuela la retórica anti oficial está permitida, el problema viene si los periodistas hacen señalamientos precisos. Allí ya tenemos unos cuantos casos de medidas judiciales e intentos de privación de libertad, cuya causal suele ser la acusación de difamación. En cuanto a los medios radioeléctricos, la autocensura, particularmente en la televisión, es bastante notoria, y se estudia la revocatoria de las concesiones de transmisión para el futuro próximo.


Es un juego del gato que deja vivir al ratón, pero mantiene la pata levantada de modo que pueda exterminarlo cuando así lo considere. Hago estos comentarios para enmarcar lo que voy a decir a continuación contestando a la pregunta acerca del oficio de escritor y sus amenazas en la República Bolivariana de Venezuela.


Empiezo por una paradoja. Es evidente que, en comparación con los años 90, la situación del escritor venezolano ha mejorado considerablemente. Cualquiera puede constatar que las vidrieras de las librerías están repletas de libros venezolanos –literatura, ensayos políticos e históricos, temas periodísticos-, lo que antes no ocurría en esa dimensión. Hay un movimiento editorial privado mucho más fuerte que el que jamás hayamos conocido, y hoy en día las presentaciones de nuevos títulos son casi abrumadoras, y además plenamente concurridas no sólo por personas del mundo literario sino de otros ámbitos (hablo de Caracas, naturalmente; no conozco bien la situación del libro en el resto del país, siempre más deficitaria). Trato de darle una explicación al fenómeno. Por un lado, los libros extranjeros, traducidos a bolívares y al poder adquisitivo del venezolano lector (que no coincide necesariamente con el venezolano que está surgiendo como una nueva clase) resultan muy caros en comparación con los libros nacionales –podríamos estimar una diferencia del 100%. Pero las explicaciones económicas son insuficientes.
La situación no sólo política, sino humana, que vivimos desde hace varios años ha generado un enorme interés por conocernos a nosotros mismos, y ha acercado a los lectores hacia textos que les ofrezcan información y comprensión de su propio país; como efecto colateral ha incidido también en el interés por la literatura venezolana, y eso ha estimulado a los editores privados, generándose un círculo que se retroalimenta. Por el lado de la producción estatal, también es constatable el aumento de las publicaciones. No sólo de la editorial Monte Ávila, que ha sido hasta ahora la principal editorial del Estado venezolano, sino de nuevos órganos de publicación, como es la editorial La rana y el perro, que tiene la consigna de “un día, un libro”, y los anuncios del ministro de Cultura para la próxima instalación de una industria editorial que se propone producir 25 millones de libros al año (uno por habitante), y 50 para el siguiente año.
En cuanto a los escritores, ¿ha ocurrido algún caso de censura o persecución a algún escritor independiente, no vinculado políticamente con el gobierno? En mi conocimiento, ninguno. Entonces, la conclusión de todo lo expuesto es que no sólo hay libertad de creación sino que Venezuela vive un momento optimista en cuanto a los libros. Y sin embargo, la libre creación está amenazada. De nuevo tengo que enmarcar mis comentarios.


A partir de la instalación de la Revolución Bolivariana se produjo una marcada división entre los actores de la cultura, incluyendo, por supuesto, a los escritores. En cierta forma hemos llegado al divorcio perfecto (las excepciones no harán sino confirmar la regla). Los escritores que apoyan a la Revolución (con distintos grados de participación, pero con una evidente aprobación) raramente les gusta publicar en las editoriales privadas. Son los invitados a representar al país en los congresos, festivales, actos culturales, ferias, y premios de las instituciones públicas, así como son los anfitriones de los escritores extranjeros que nos visitan por invitación del gobierno (el espacio no me permite relatar las medidas de aislamiento a las que son confinados los escritores extranjeros). En la repartición los escritores oficiales se quedaron con las ventajas del apoyo de un Estado petrolero y gozan de mayor visibilidad internacional; los escritores independientes tenemos el apoyo de los editores privados, y los lectores nacionales independientes, que son la mayoría. De modo que la situación no puede definirse como censura sino como una exclusión voluntaria y oficial –las dos cosas a la vez, y de parte y parte. Ni los escritores independientes deseamos vernos incluidos en la política cultural estatal, ni al Estado le gusta publicarnos o darnos visibilidad. Sería improbable que se nos otorgaran premios o reconocimientos. Por dar un solo ejemplo: no hubo representación oficial en los funerales de Arturo Uslar Pietri.


Pudiera pensarse que esta situación un tanto extraña es una forma de vivir las diferencias políticas que en nada amenaza la libertad de creación. Pero ocurre también que si el Estado –aún en situación pretotalitaria-, en algún momento considerara que le molestan algunos escritores independientes, o que, en general, le incomoda la industria editorial privada, tiene varios recursos para desaparecernos de un modo sutil e invisible. Uno ya está en marcha: la ley de derechos de autor. Cuando se aprobó hace más de un año en primera discusión en la Asamblea Nacional, me correspondió como presidenta del Pen Venezuela asistir a varias reuniones de la Cámara Venezolana del Libro, así como conocer las implicaciones legales que los abogados y editores encontraban en la ley. Para resumir, la ley combate la producción de libros como negocio rentable, y las ventajas para los escritores serían de tal naturaleza que ningún editor –salvo el Estado venezolano- asumiría el riesgo. Una estrategia dirigida a impedir la comercialización del libro sería muy similar a la que ya se está aplicando con la educación privada. Está permitida, pero se limita el monto que las instituciones pueden cobrar, lo que eventualmente llevará a la quiebra a muchos colegios y los padres se verán obligados a inscribir a sus hijos en las instituciones oficiales, que, de acuerdo al ministro de Educación, deben impartir una educación ideologizada, acorde con la Revolución. En cuanto a los libros extranjeros, si se quisiera eliminar la importación para evitar el flujo de ideas no bienvenidas, sería muy sencillo fijar tasas arancelarias que desanimaran a cualquier distribuidor. O imponer tales condiciones a las librerías que hicieran inviable el negocio.


Todo ello muy dentro del espíritu de la ley de derechos de autor. En la Feria del Libro de Bolivia, el pasado agosto, ocurrió un incidente que habla por sí solo. El Centro Nacional del Libro retiró a Venezuela de la feria de la cual era el país de honor porque consideró que estaba “bajo la hegemonía del mercado”. El texto oficial dice así: “Escribir y leer son esencialmente prácticas socialistas […] En Venezuela, país donde el pueblo construye cada día su revolución bolivariana y socialista, ser consecuentes con este compromiso es algo que debe expresarse en todas las instancias.” Quizá fue una pequeña lección socialista que se le quiso dar al Sr. Evo Morales.
De modo que no es necesario temer persecuciones como las vividas por los escritores cubanos. Afortunadamente nuestra desaparición puede ser más “limpia”, y desde luego, menos cruenta. En el escenario que perfilo nos veríamos obligados a elegir entre permanecer inéditos o publicar con el Estado y, por lo tanto, a formar parte de su propaganda política. Llegado ese momento, a cada quien su elección.



En: Cinc réponses a Gustavo Guerrero et Antonio López Ortega.
Nouvelle Revue Francaise. Paris, Avril 2007 No. 581