martes, 13 de julio de 2010

"El pasado tiene su lugar"

"El pasado tiene su lugar"



Ana Teresa Torres (Caracas, 1945) es narradora y ensayista. También es Miembro de Número de la Academia de la Lengua. Ha publicado, entre otras, las novelas Doña Inés contra el olvido (1992), Malena de cinco mundos (2000), Los últimos espectadores del acorazado Potemkin (1999) y El corazón del otro (2004). En esta edición se ofrece a los lectores una conversación con la autora a propósito de su reciente título La herencia de la tribu. Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana

DIAJANIDA HERNÁNDEZ G. Y VIRGINIA RIQUELME


¿Cómo fue el proceso de escritura e investigación para llegar a La herencia de la tribu ?

El proceso comenzó hace diez años, cuando se produjo en Venezuela una situación que considero inédita, que cambió las reglas del juego político que estaban funcionando y se produjo un fenómeno que ha sido trascendental para todos los venezolanos; un fenómeno que produjo un gran impacto social, político, histórico en Venezuela. Entonces me vi llevada a observar ese fenómeno.
Cuando digo observar me refiero a leer artículos, pero básicamente digo que el libro es el producto de diez años de televidente, de observar en televisión cómo se ha ido desarrollando el discurso político, porque no me meto dentro de lo que sería el análisis de las políticas del gobierno sino exclusivamente en el discurso político. Por otra parte comencé a escribir sobre el tema en 1999 y 2000 en una columna que tenía con cierta frecuencia en un diario y también escribía para jornadas y seminarios sobre el tema; claro, la idea de articularlo como un libro sí vino mucho después, quizás en 2008. Todo esto me llevo a revisar los temas de los mitos fundacionales venezolanos y a buscar bibliografía sobre ese punto, que resultó bastante fácil porque en los últimos años se ha escrito mucho sobre Bolívar y la Independencia. Luego vino una segunda parte que no estaba en mis propósitos originalmente pero que me pareció que estaba relacionada: el tema de los proyectos de modernización que ocurren en Venezuela en los años treinta y cuarenta que están vinculados con la expansión petrolera y los años de la democracia representativa; allí utilicé de nuevo el mismo proceso de buscar bibliografía sobre el particular y organizarla vinculada con el discurso político que es lo que me interesa. La última parte son básicamente discursos --alocuciones presidenciales en su gran mayoría-- donde trato de demostrar que ese discurso político está construido con unas ciertas claves, pero que está permanentemente referenciado por los discursos anteriores que tienen que ver con los mitos fundacionales. Es decir, que ese discurso de la Revolución Bolivariana crea una ficción política, pero que no es una ficción política que surge de la nada. Me parece muy importante resaltar este punto porque a veces dentro de la cantidad de información y de eventos que han ocurrido en estos años pareciera que fue algo que surgió de no se sabe dónde; pues no, esto está íntimamente relacionado con el pensamiento y el imaginario venezolano y con los mitos de la fundación de la nación. Esto es lo que trato de demostrar con la bibliografía: mostrando los textos y las situaciones sobre el estudio del pasado con el presente. Esa es la historia del libro y de los insumos, que son dos: la bibliografía y mi propia interpretación de los discursos políticos actuales.

¿Cree que esta etapa que comenzamos a vivir desde 1999 ha estimulado la revisión de la memoria histórica y heroica que están instaladas en el colectivo venezolano?

Sí, claro. Por eso comentaba que en los últimos años ha surgido una bibliografía bastante extensa sobre el particular. Pero, efectivamente, hay muchos estudios y publicaciones, básicamente por el lado de los historiadores. En mi bibliografía recojo fuentes historiográficas, pero no únicamente, porque creo que el fenómeno no es solamente historiográfico, creo que están las fuentes de la antropología social, que ha sido mucho menos tomadas en cuenta, de la psicología social y referentes generales de la cultura que se pueden ver en las artes plásticas o en la literatura. Pero, ciertamente, se ha publicado bastante sobre este tema, un tema que estaba de cierta forma dormido, es decir, no era un tema necesario (yo diría afortunadamente) porque durante el sistema democrático el imaginario tenía otros referentes y esto estaba subterráneo, no había la necesidad de estar revisando algo que estaba en el imaginario venezolano, que no estaba en la superficie, que no tenía una manifestación política interesante. El fenómeno es que eso que estaba subterráneo no solamente aflora sino que aflora en forma de propuesta política. Eso es lo que considero inédito. Todos esos mitos que están ahí, dando vueltas en el trasfondo de la sensibilidad venezolana, de pronto quedan afuera, se transforman en una propuesta política y esa propuesta hace contacto con mucha gente y hace mucho contacto precisamente porque estaba adentro, porque tiene que ver con la gente. La intensidad de la propuesta está vinculada a que está dentro de la historia y sobre todo dentro de la sensibilidad más o menos consciente de los venezolanos.

En el libro se plantea que la memoria del venezolano es esencialmente heroica y no civil. ¿Cree que ese proceso de revisitar el pasado y rescatar nuestra memoria civil nos ayudaría como colectivo?

No lo sé. No podría contestar, pero esperaría que sí. Creo que sería interesante que la sociedad venezolana pudiera darse cuenta de que esa mitología no la ha inventado el presidente Hugo Chávez, no son su producto, él lo ha tomado de la sensibilidad venezolana, estaba allí; de forma tal que todos esos mitos fundacionales y lo que se desprende de ellos estaba antes, está ahora y estará después. Lo que quiero decir con esto es que la sociedad venezolana debería aprender la lección de que hacer propuestas políticas con unos mitos fundacionales que tienen dos siglos es un problema y que es necesario revisar nuestros discursos públicos y nuestros valores y construir una memoria civil, que existe. Es decir, existen los elementos, lo que no está es construida como relato. Hay una gesta civil y una gestación civil del país, pero eso siempre ha estado en un segundo nivel.

Es interesante la postura del libro donde se contrapone el mito con la utopía del futuro, en la medida en que propone que si bien podemos tener un mito fundacional no quedamos excluidos de un futuro probable y no necesariamente utópico. ¿Cree que si se tomara en cuenta el discurso civil, la mirada hacia el futuro dejaría de ser utópica?

Por lo menos se rebajaría el tono utópico. La cuestión utópica está vinculada con el mito del pasado porque viene de la misma raíz. Toda la Independencia de Venezuela se empieza a construir con una visión utópica de producir la independencia de toda América, lo que llaman el sueño del Libertador. Ese sueño fracasa, fracasa porque era una utopía, precisamente, y parte del mito es cargar con ese fracaso y cargar con un héroe fracasado que es un problema muy grave, porque es una tarea que no se cumplió y como no se cumplió permanece, entonces resulta que nosotros tenemos que seguir haciendo esa empresa continental.

Todo esto te aparta del presente inmediato y del futuro a mediano plazo, del futuro realizable; frente a esas metas inmensas y extraordinarias e históricas la construcción a mediano plazo, lo que se llama en otros países la previsión (cómo prever los problemas que va a tener la sociedad, cómo buscar las soluciones no después de que ocurre el problema sino 10 o 15 años antes de que ocurra) es muy difícil en Venezuela y no ahora, siempre lo ha sido: una visión donde siempre va a haber un proyecto, todo va a ser fantástico, ¿y mañana? Siempre pensamos cosas muy grandes y eso ha producido mucha impotencia en el venezolano que en el fondo se siente muy desvalorizado cuando compara sus realizaciones con otros países y se siente en desventaja, vemos que hemos sobrevivido porque tenemos una enorme fuente de riqueza que ha permitido tapar huecos una y otra vez. Pero el punto importante es la sensación de frustración del venezolano al ver que las metas comunes de la sociedad no se logran, que van cambiando, que siempre se va a volver a empezar, que nunca es un puente sino un elevado. Para que esto no fuera así tendrías que hacer una revisión de la mirada de la sociedad hacia la construcción no de utopías sino de las necesidades de una sociedad determinada. Creo que esa es una tarea pendiente.

¿Un estado ideal sería incorporar el pasado mas no revivirlo?

Claro, el pasado tiene su lugar. Todos las naciones tienen mitos de fundación, pero hay que darles su sitio y su sitio es hace 200 años.
Una de las ideas más absurdas, que no es, repito, del presidente Chávez, sino que ha estado constantemente en el discurso es que el pensamiento de Bolívar pronostica el futuro. ¿Cómo puede funcionar el pensamiento de alguien de hace 200 años con las transformaciones de hoy? Se le dio una condición oracular: en su pensamiento estaba todo el destino de América y, desde luego, de Venezuela.
Eso no es darle su lugar, su lugar está en lo que se creó y se gestó en el pasado, que fue el nacimiento de una república y no sólo de una república sino de las repúblicas americanas y de la ruptura del orden monárquico occidental; eso no se puede tocar, pero de allí a que yo vaya al siglo XXII pensando que ahí voy a encontrar las claves de lo que le ocurre a la sociedad es una cuestión meramente religiosa y ese sería otro tema interesante para revisar.

Del libro se extraen varias conclusiones. Por ejemplo, ese sino trágico y contradictorio que tiene el venezolano: se libertaron varios países de América a cambio de la destrucción del país; y cargamos una memoria heroica mas no civil. Uno se pregunta si en el fondo el venezolano es un ser profundamente nostálgico y no lo asumimos.

Es que se produce una nostalgia si te están diciendo, generación tras generación, que lo más importante de tu historia como país está en el pasado; te están obligando a la mirada nostálgica, no porque tú como persona seas nostálgica ni porque la sociedad sea nostálgica. Creo que allí tienen un gran papel los textos escolares, porque estas son cosas que empiezan en primer grado y ahí te van sembrando una idea. Si te están diciendo que lo más importante que ha pasado en tu país ocurrió en 1810, te obligan a la nostalgia. Y no sólo a la nostalgia, sino a cierta forma de fracaso porque como no puedes volver a 1810 todo lo que vayas a hacer en adelante empieza a ser irrelevante en comparación con 1810. Ahí hay un problema que ahora podemos ver con claridad, estoy segura que cuando esto comenzó se pensó que era muy importante en ese momento para la articulación de la sociedad venezolana, que era muy fragmentaria, no creo que se pudo pensar que el efecto terminaría siendo el que ha sido. Ahora sí sería una responsabilidad importante tratar de pensar que no necesitamos un nuevo Mesías ni necesitamos tomar la palabra de Bolívar, ahora sí tendríamos razones para decir esto no ha sido tan positivo.
Por otro lado, se me olvidó antes mencionar que parte de esos mitos fundacionales que nos diferencian de otros países de América Latina es el mesianismo militar. En Venezuela, a fin de cuentas, en toda su historia republicana podemos hablar de unos cincuenta años civiles, lo demás es historia militar y esa es una diferencia con otros país de América Latina, porque el ejército venezolano es descendiente del ejército del Libertador, forjador de libertades. No es el ejército represor o temido de otros países, no, es un ejército que hereda las glorias del Libertador, ¿Qué hace eso? Hace que muchas personas tengan nostalgia de algo que no ha ocurrido, que un militar puede ser más oportuno para gobernar porque es más honesto, porque es más ordenado; tiene una serie de atributos que no tienen nada que ver con la realidad, pero que están, independientemente de que la persona pueda tener una orientación a la derecha o a la izquierda, es como una sensación de que los militares resuelven las cosas. Pienso que esta experiencia puede ser útil para medir que no siempre los militares pueden resolver las cosas y que los civiles, por el contrario, tienen mucho que aportar en todas las áreas.

Con la lectura se nos ocurría pensar que otra de las tareas que tenemos pendientes es vernos en los testimonios de los protagonistas de esa historia, en lugar del relato que se ha cimentado desde el poder, para construir un relato distinto al "oficial".

Claro, porque finalmente la historia siempre es un relato. Toda historia es un relato. Es una versión que se escribe sobre unos hechos y quien la escribe pudo ser testigo o no. Es una versión y dentro de esa versión, por supuesto, las orientaciones políticas juegan un papel. Pero me parece interesante esa idea que plantean que sería contrastar, en la medida que es posible, los relatos civiles que tenemos que ofrecer. Creo que además es muy fácil porque hay un gran vacío. Es decir, fácil en el sentido de que no hay mucho temor de repetirse, hay un gran vacío de información para el ciudadano común de algunas personas o agrupaciones que han desarrollado obras importantísimas a lo largo de la historia de Venezuela; empezando por la Independencia que es en principio una gestación civil. Yo estoy ahorita, por ejemplo, escribiendo una biografía sobre Lía Imber de Coronil y al construir la historia sobre ella --es la primera médica venezolana y trabajó en la línea de la pediatría social-- voy encontrándome con las figuras de médicos y de personas que trabajaron para crear toda la estructura sanitaria del país, eso es importantísimo, independientemente de que algunas instituciones fracasaran o no, hay que ver el esfuerzo enorme de cantidades de personas que construyeron la infraestructura de salud y así lo habrá en todas las área.


En: Papel Literario, El Nacional. Caracas, 13 de febrero 2010.