...........................................................................................................Gioconda Espina
Ya he dicho antes, en estas notas bibliográficas de la revista del CEM de la UCV, que la era Chávez ha tenido al menos un efecto maravilloso para los intelectuales, especialmente los historiadores. Han publicado los que nunca antes lo habían hecho, se les han reeditado textos que sólo se conseguían en las universidades a cuyas nóminas pertenecen sus autores, pero sobre todo, han conquistado lectores que jamás se habían interesado por la historia patria. A los historiadores se han sumado escritores de ficción y psicoanalistas, como Fernando Yurman y ahora Ana Teresa Torres, quien en los primeros meses del 2010 ha visto convertir su libro, La herencia de la tribu, en un bestseller. La primera edición se vendió en los primeros días de enero. ¿Por qué ha sucedido todo esto? Porque los intelectuales que se formaron en la década del 60, que asistieron desde lejos a la caída del muro el año 89, que creían que Venezuela no volvería a las polarizaciones extremas del pasado independentista, federal o guerrillero, se dan cuenta de que Bolívar y Sucre y los demás héroes de la Independencia, Zamora y el Ché se han instalado entre nosotros, con el voto de la mayoría de los venezolanos, a pesar de las observaciones de anacronismo e inviabilidad de las propuestas de esos líderes que, dicho sea de paso, los llevaron a una muerte temprana, además de violenta en algunos casos. Bolívar murió expulsado de su propia patria a los 47 y Sucre, Zamora y Ché a tiros.
Ana Teresa Torres demuestra el ahínco con el que se dedicó a responder la pregunta. No ha dejado sin leer a ningún autor venezolano del pasado reciente (Mariano Picón Salas, Mario Briceño Iragorry, Laureano Vallenilla Lanz) o del presente (Germán Carrera Damas, Elías Pino Iturreta, Manuel Caballeros, Luis Castro Leiva, Inés Quintero, Gisela Kozak, Michaelle Ascencio, Yolanda Salas, Sandra Pinardi, María Fernanda Palacios), que haya dedicado al menos un texto a la tarea de responder qué es esto denominado Revolución Bolivariana, de dónde nos llega y cuál es el mecanismo psíquico que opera en los venezolanos para que haya logrado el apoyo al menos durante 11 años, en un país que estaba acostumbrado a cambiar de presidente cada cinco.
Freudiana al fin, no le costó mucho a Torres asumir la tesis de Tótem y tabú (1912), aunque –sorpresivamente—no cita un texto que de muchas maneras continúa el de 1912, Moisés y los monoteísmos (1938). La tesis plantea el mito del asesinato del padre de la horda primitiva, con la consecuente culpa y expiación deificándolo y honrándolo. Ese crimen se reedita cada cierto tiempo, de hecho—sigue Freud—Moisés fue la primera repetición, luego siguió Cristo y después Mahoma. El deseo de muerte del padre que separa al niño/a de la madre y así lo inserta en la ley, en la convivencia social, es un dato verificable en los sujetos en análisis y fue a partir de esta constatación que Freud concibió su mito sobre cómo pudimos llegar a esta existencia colectiva culposa. Para los venezolanos, la culpa por el parricidio se particulariza así: todos somos culpables de la traición y abandono del padre Bolívar, que murió desterrado en Santa Marta sin ni siquiera camisa propia. Por nuestra culpa, no pudo concluir la construcción de la Gran Colombia y a nosotros, el pueblo de Guaicaipuro, de los héroes de la Independencia, de la guerra federal y de la guerrilla de los 60, nos corresponde expiar la culpa, terminando lo que nuestro padre no pudo por la traición de la oligarquía (que es la misma actual, tiene los mismos apellidos, insiste Chávez) y por nuestra indiferencia. Es a esta convicción inconsciente a la que ha apelado el comandante-presidente desde 1998 hasta hoy, pero con mucha más fuerza desde 2006, cuando ganó las elecciones para un tercer período.
De la construcción del mito bolivariano no se ha salvado nadie. Ya lo habían dicho Carrera Damas y Pino Iturrieta en varios de sus libros: desde Páez hasta Pérez Jiménez, así que no fue Chávez el primero en hacer la apelación al pueblo parricida pero con la posibilidad de mostrar su arrepentimiento. Tampoco se han privado de cultivar el culto a Bolívar los intelectuales de todas las épocas, fuera de Venezuela (José Martí, Rubén Darío, Pablo Neruda) y dentro de Venezuela (Juan Vicente González, Fermín Toro, Monseñor José Alberto Quintero).
Estoy segura que no faltará un talibán antichavista que diga que el texto de Torres es chavista, con lo cual demostrará que no entendió nada. Lo que hace Torres en los capítulos finales es recorrer los discursos de apelación al pueblo heroico con una tarea pendiente, desde el juramento en el Samán de Güere hasta hoy, para analizar la estructura y contenidos de ese discurso, reconociéndole a Chávez –eso sí— un modo eficiente de trasmitir el mito bolivariano por radio y televisión a la manera de un maestro, en ciertas circunstancias y, en otras circunstancia, a la manera de un líder colérico que enfrenta a los enemigos de siempre: primero fue el imperio de España, luego el de la oligarquía a la que Páez se entregó, luego al imperio yanqui en cuanto apareció el petróleo. En la primera forma, se asimila al padre bondadoso que falta en tantos hogares venezolanos (es la tesis de Yurman); y en la segunda a los hombres a caballo de la Independencia y la guerra federal. Que la historia que repite incesantemente no sea la verdadera sino una interpretación libre del comandante- presidente (al que Torres llama “el héroe”, el que se coloca como intermediario entre el pueblo y el dios-padre, Cristo-Bolívar a los que hay que emular y reivindicar), no significa que no sea eficaz para su objetivo. Todo lo contrario, al simplificar y mezclar la historia con su biografía personal en Sabaneta de Barinas o en los diversos cuarteles por los que pasó, gana en poder comunicacional y reconquista emociones, logra una prórroga en la adhesión de sus adeptos porque “no es él sino su entorno” el que está haciendo las cosas mal. Tener en cuenta todo esto es urgente, no sólo para entender cómo en el muy cultivado mito bolivariano el lugar del héroe estaba vacío y fue ocupado el año 98 por un militar carismático (un militar alzado contra el poder constituido, como Bolívar contra la Corona), que llenó de emoción a los hijos abandonados por su padre, que los dejó aquí y se fue a hacer la revolución en otros países, sino también para tomar precauciones cuando se apele al mismo pueblo que ha votado tres veces por Chávez.
En:Gioconda Espina, para la Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, No. 34, julio 2010
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